St. James`s
Justine era una chica muy alegre. De mirada feliz, sus labios eran dulces, brillantes, carnosos. La piel palida, casi marmorea, tersa y fina. El pelo de un rojo encendido, ensortijado, no llegaba a ser rizado, pero le faltaba poco. Media uno setenta, pero su hermano le decia que media menos, para fastidiarla. Bueno, también lo hacia para no reconocer que él era mas bajito, mas feo y con mas pecas que ella. Él se llamaba Arthur, pertenecian a una familia de clase alta, de un pequeño barrio de Londres, llamado St James`s. Vivian en una casa estilo neoclasico de mediados del XVIII, fue de las primeras en adoptar ése reciente estilo arquitectónico y pudo vencer las reticencias de la administración, a la hora de su construcción, gracias a la nada desdeñable colaboración del bisabuelo de Justine, Sir Arthur Fairfax, que alcazó a su vez el honor de Sir, por ser contable de su majestad.
Su padre era notario del reino, el Sr. Richard Closworf, y trabajaba de sol a sol, de manera que los niños, no lo veían nunca. Cuando estaba en casa no salía de su zona privada y cuando tenían algún acto familiar lo trataban de usted. Su educación fue supervisada por su madre, Lady Rose Fairfax de Closworf y la institutriz de la familia la Srta. Camerón, que nunca tuvo contacto con varón alguno, de ahí su caracter. Recibieron una instrucción puramente victoriana, que observaba, desde una correcta posición a la hora de sentarse en una mesa, hasta cómo llevar la sonrisa, hasta limites insospechados, en una reccepción familiar. Pasando, claro está, por los clásicos, la monta a caballo y el perfecto conocimiento del arbol genealógico de la familia.
Pero Justine, que era un suspiro del paraiso, para todos, guardaba un secreto. Era un secreto de lo mas profundo del corazón. Un secreto de amor. Justine estaba profundamente enamorada. A la edad de 21 años, no era apropiado definir un amor, tampoco mirar a ningún varón directamente a los ojos, por mucho 1926 que fuera y coincidiese con la coronación de Elizabeth II. Una cosa es lo que estuviera pasando en el mundo y otra muy distinta, era la correcta e inequivoca, forma de proceder de toda una familia de St. James’s.
Sin confidente proximo, su corazón estaba desbocado a cada momento, las cartas no eran desahogo suficiente para plasmar todo aquel volcán de energia que le salía del pecho, cada vez que pensaba en él. Tan sólo se habían visto dos veces y fue suficiente como para que ella sintiera la llama. El verdadero problema no era la dificultad de transmitir sus sentimientos, ni siquiera el que en un momento determinado, la Srta. Camerón la observara sonriendo al mirar tras el cristal. El problema venía dado por el parentesco de los dos enamorados, Justine y George eran primos, primos hermanos.
Continuará…
Vaya novelón se avecina