Danzad, danzad malditos…
Trazabamos circulos alrededor de un moai imaginario, mientras nos envolvía el manto amargo del polen. Los ojos enrojecidos de mirarnos y seguimos bailando hasta el quinto amanecer conocido. La sal pasó a ser algo común en nuestros cuerpos, algo que llevabamos de largo.
Bailes enojados y gritos del alma, saltos tristes del corazón, susurros seguidos de lágrimas. Cuando nos venció el sueño, para entonces, llegaron con abrigos de sonrisas pero no se quedaron se fueron otra vez, dejandonos helados y tristes. Por entonces ya leíamos la mismisima mano del oráculo, que con gran enojo nos largaba una balada agarrado al mastil de una escoba mañanera.
Un momento después, las miradas eran cartas de amor que ibamos pasandonos y recorríamos la trinchera con locura infantil y nos llovían las piedras.
Besos.
¡Qué bien te leo!
Un beso.