Cometas
La suave brisa de la media tarde es de levante. Algo que sin duda luego aprenderemos ahora nos interesa tan sólo la cuestión de si sopla o no, cuanta gente va a ir y nada más.
Por la mañana he ido a por unas cañas, cuerda de cáñamo algo de cola y papel cebolla de colores. La he montado y me paso toda la mediodía mirándola con nerviosismo para ver si ha secado y comprobando si será fuerte.
A eso de las seis ya no aguanto más y con la misma sensación de estrenar unos zapatos enfilo la calle nueva arriba. Calle que se hace interminable hasta llegar a la cruz de Calañas. Cruzo y cuesta arriba miro la calle Bilbao, hasta el final. No veo a nadie por medio y eso acrecienta mis nervios o aún no ha salido nadie o ya están todos allí.
Paso por casa de mi tía Charo y me insiste como siempre en que meriende. Un vaso de leche con galletas a cambio de cinco duros. Es la aduana alimentaría que da paso a una tarde de juegos.
Al llegar al final de la calle veo que ya hay gente allí. Miro a los que suben por la calle Ayamonte y algunos vienen también con las suyas.
Llego a la era y busco un sitio desde el que poder volar mi cometa sin problemas de engancharse con nadie. Sopla un viento fuerte el esperado en dirección a Zalamea. Luego aprenderíamos que es de poniente.
Me queda una tremenda tarde de verano por delante. Sólo mirarla, soltarle hilo, enviarle de vez en cuando una carta. Que eran esos trozos de papel que hábilmente cortábamos y metíamos por el hilo. El viento se encargaría de llevarlos hasta la cometa. Que por entonces sobrevolaba las Aldefillas o los riscos terceros…
Que nostalgia tan bonita y sutil