¡¡Julio por Dios!!
Del solsticio que nos abre la gran puerta del Hades veraniego. Un reino venido a menos pero con mucho calor, sal, levante y al final un poquito de poniente para volvernos locos. El ábrete sésamo de las cometas en las eras, que ya no vuelan. Qué pena de eras y cometas.
En junio tardío es el solsticio de verano, el que nos regala el día más largo del año. Un coñazo de día que no se acaba nunca. Un solsticio que nos da paso a fiestas. Y nos sitúa en Julio que es otro mes de santos, santas y pirulitos varios.
Y convoca el sudor. Convoca la parte carnal del ser. Y nos trae movimientos mágicos alrededor de una hoguera. Plegarias de colores con volutas de adormidera en algún poblado de la sierra. Una hippie sin sujetador bailando una psicodélia arrítmica. Hediendo al mismo infierno y mostrando sus pezones descolocados y erectos. Y gracias, deo gratias, a los dioses otra vez por permitir el jolgorio.
Más allá en las calles convocan a los vivos con flores y vítores al santo o la santa. Calor mucho calor, de mosquitos, grillos y chicharras. Y de luz incluso cuando anochece. Luz de antorchas y de faroles. Cantes roncos de ginebra barata junto una barra cuesta abajo impresa de publicidad.
Como el escaparate de una vida se puede analizar la barra de una velá veraniega. En una esquina sonríe mostrando empastes una descolocada que salió después de un lustro de peleas. Aquí el mariquita de todos los santos perfumado hasta el tobillo. El macho puños cerrados al otro lado ojo avizor y oliendo a Barón Dandy. Niños corriendo por entre el gentío. Y detrás de la chapa con la argofifa mustia entre los dedos miss simpatía del 71.
Y flores, juncias, romeros, lavandas, restayos lejanos que nos acariciaban las canillas. Un paso sin palio y unos rezos cercanos. Oliendo a poleo de un patio hondo y oscuro. Las vecinas con sus mejores trapos y los maridos repeinados con la raya en medio. Largas cambias nos dan los mantones bordaos en los balcones al paso de las corrientes de aire. Los mantones y las colchas, que son mantones venidos a menos. Y que guardan recuerdos de todo el año. Por eso se muestran los unos y los otros. En olor de santidad y para que ésta los perdone por lo que han visto y oído.
Y después para cuando el día más largo se nos haya olvidado, viene Santa Ana. Que me recuerda a Santiago. Que son dos santos que convocan además de fe y gentío, mareas altas y tremendas olas en las playas. Y se le pide a santa Ana que nos siga queriendo todo el año. Que nos ayude a pasar el verano que es largo y sin ningún santo de por medio hasta septiembre. Un salto lunar. Sin red pero con bañador. Santa Ana en tanto que madre de santa y suegra de santo y abuela del mismísimo elegido nos viene a ver todos los julios. Y degusta los revoltillos y las mismas tortillas de todos los años. Le gustan los caldos con una mijita de hierbabuena. Y los cohetes mañaneros.
Que los santos nos acojan…
… qué puede haber más santo que mis santos «xxxxxxx».
Firmado: Julio Cesar (sujeto que presta su nombre al septimo mes del año —calendario Gregoriano— por eso por que le salió de ahí)
¡Qué bueno! de lo mejorcito de este año, encanto.
Tengo unas ganas de irme a Escocia por lo menos…
… gracias, la próxima vez escribiremos a duo sobre un hombre extraño llamado Mariló, y sobre una bicicleta matriculada en Sevilla, antes de que una torre llamada Matalascañas se desplome…
Kisses, ah, y aquí tienes la revista Raices